En un mundo obsesionado con la inmediatez, el huerto escolar nos invita a redescubrir la paciencia. Aquí, estudiantes y adultos aprenden que el crecimiento requiere tiempo, que el cuidado constante es esencial y que el verdadero valor reside en el proceso, no solo en el resultado.
Al sembrar, regar y cosechar, comprendemos que la naturaleza tiene su propio ritmo, uno que no podemos apresurar. Este espacio verde no solo produce alimentos, sino también lecciones de vida: perseverancia, respeto y conexión con lo esencial.
El huerto escolar es mucho más que un proyecto; es un recordatorio de que, a veces, desacelerar es el mayor acto de sabiduría.